MISSION IMPOSSIBLE

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viernes, 6 de noviembre de 2009

PARECER O HACERSE EL TONTO, NO IMPLICA, NECESARIAMENTE, SERLO.

Es extremadamente fácil, sobre todo para las personas que no lo son en absoluto, y ante determinados comentarios, historias u observaciones varias, realizadas por individuos que se piensan más listos e inteligentes que el resto de los mortales, optar por callarse lo que realmente piensan mientras, pacientemente, escuchan unas sarta de historias para no dormir. Es lo que vulgarmente conocemos por “ hacernos los tontos “.

Las razones que logran convertirnos en auténticos actores profesionales, dignos de ser permiados con un Óscar de la Academia de Hollywood a la mejor interpretación, a la hora de enfrentarnos a ese cúmulo de despropósitos o declaraciones, muy poco veraces, realizadas por nuestros contertulios, pueden ser muy variadas.

El mayor o menor grado de confianza, amistad o parentesco que nos una a ellos, influirá bastante en nuestra actuación y nos obligará a pasar por simples tontos o, llegado el caso, por auténticos tontos de remate.

Seguro que os ha pasado más de una vez. Nos encontramos en una reunión, ya sea familiar, de amigos o de trabajo. Con gente a la que ya conocemos previamente y cuya vida y obra no nos resulta, ni mucho menos, ajena. Dependiendo de la capacidad para memorizar que cada cual posea, y dado que esa amistad o relación dura ya unos cuantos años, y que incluso podemos llegar a conocer a otros personas que, a su vez, están relacionadas con ambos grupos, nuestro cerebro guarda un buen montón de datos sobre nuestros sagaces contertulios y sobre lo que nos han ido relatando en sucesivos encuentros.

Éstos, comentan determinados aspectos de su vida, familia o trabajo, que no terminan de cuadrarnos. En algunas ocasiones, alardean de lo maravillosa que es su existencia, de lo bien que les marcha el trabajo, o de la suerte y felicidad que, al parecer, inunda su universo vital. Algunos lo hacen, incluso siendo conscientes de que otras personas, sentadas a su lado, no están pasando, precisamente, por su mejor momento, ya sea emocional, económico o existencial. Y repito, son plenamente conscientes de esa delicada situación por la que atraviesan esos sufridos oyentes, puesto que estos últimos sí reconocen abiertamente sus problemas cotidianos y no intentan ocultarlos.

Sabemos que estamos escuchando una mentira tras otra. Pero nos callamos. Por educación, por respeto, o, en la mayoría de los casos, por no hacer daño a alguien a quien realmente apreciamos, a pesar de que nos quiera convencer de una realidad que no es cierta. Si las mentiras proceden de alguien al que nada nos une o relaciona, guardamos silencio puesto que, lógicamente, no nos importa en absoluto nada de lo que nos está contando. Pero si las pronuncia un amigo o un ser querido, nos duelen especialmente, más que nada, porque, con su actitud, nos impide ayudarle o, al menos, intentarlo. Aún así, también nos callamos.

Se engañan a sí mismos. Pero, lo más fuerte, es que realmente piensan que somos nosotros los engañados. Y, una vez que creen haberlo logrado, repiten la jugada en cada ocasión que se les presenta.

Personalmente creo firmemente que ese estado de “felicidad eterna y permanente”, en el que algunos parecen vivir siempre, no existe. El simple hecho de vivir, conlleva un montón de problemas, disgustos y sinsabores, por supuesto no todos graves, que lo hacen imposible. Y además creo, muy sinceramente, que es mucho mejor así. De esta forma, aprendemos a valorar los buenos momentos que, por suerte, también los hay, y muchos.

Hace poco, escribí un post comentando algunas “frases célebres” de personajes históricos o famosos. Una de ellas, muy graciosa por cierto, decía: “ Para ser completamente feliz, tres condiciones son indispensables: ser completamente imbécil, tener mucho dinero y gozar de buena salud. Aunque, bien pensado, si falta la primera, todo está perdido “- Y es muy cierta.

También tenemos a los que venden ( y se venden ), a veces con gran éxito entre los demás, una imagen de tipo “ guay “, liberal, super-trabajador, ejemplar padre de familia, solidario, …, vamos, un primor de persona, y resulta que, a nada que consigues hurgar un poco, te encuentras precisamente con todo lo contrario.

Pero nos seguimos aguantando y callando. No decimos algo así como “ Vamos a ver querido … ( los puntos suspensivos pueden sustituirse, según cada situación, por padre, amigo, hermano, socio, vecino, cuñado o el Pepito Pérez de turno ). Deja ya, por favor te lo pido, de contarme lo bien que te va, lo genial que es la relación con tu familia y con la de tu mujer ( o marido ), con quienes, por lo que cuentas, nunca has tenido la menor discusión, ..., lo esforzados estudiantes que son tus retoños y lo bien que se comportan, lo buen y honrado trabajador que eres, …, si no quieres que te responda como mereces, y sea yo el que comience a soltar, por esta boquita que Dios me ha dado, todo lo que sé al respecto “.

O bien, “ como tengo buena memoria, no me digas ahora justo lo contrario a lo que me contaste hace un mes, porque, aunque parezca increíble, te estás liando y ya ni te acuerdas de la historia tal y como me la relataste en un principio “.

A mí desde luego, me ha tocado vivir situaciones similares en más de una ocasión. Y llevarme más de una decepción, y bien grande, con personas a las que tenía por mucho más sinceras.

Hay un caso realmente curioso y que también me ha tocado aguantar, empleando más paciencia que la del Santo Job, os lo puedo asegurar. Al final de cada curso, uno de los temas favoritos entre familia y amigos, es el de los resultados escolares de nuestros hijos. Por lo visto, además de ser perfectos en todo, resulta que ninguno, o casi ninguno, jajaja, ha suspendido. Eso quiere decir que las preocupantes estadísticas sobre el fracaso escolar, son completamente erróneas. O eso, o que los padres mienten como auténticos bellacos.

Incluso se me ha dado el caso de un padre que me contaba que su niño había suspendido dos asignaturas, mientras que, días más tarde, la madre aseguraba que habían sido tres. Y no ha sido la única vez en la que me he encontrado con una descoordinación tan brutal. De todas formas, hay una regla, para estos casos en concreto, que no falla. El padre dice que dos, la madre cuenta que tres, …, empleando una operación matemática muy apropiada para este supuesto, … 3 + 2 = Cinco suspensos, que son los que ha traído el ceporrillo a casa, jajaja.

No me voy a poner aquí como ejemplo de nada. Tengo muchos defectos. Pero intento ser bastante objetivo en todo, también con mis hijos. De momento, sus resultados escolares son impecables ( notables, sobresalientes y, en el caso de mi hija, éste último curso, 6 Matrículas de honor, nada más y nada menos ). Pero, y ellos lo saben, si se diera el caso y suspendieran, nada me impediría comentarlo con toda la naturalidad del mundo. Además, soy plenamente consciente de que cualquier muchacho puede dar un cambio radical que haga variar, a peor, esos resultados académicos. Espero que no y que todo siga igual que hasta ahora.

Pero, insisto, si no fuera así, tampoco lo ocultaría. Eso sí, trataría de remediarlo con todos los medios a mi alcance. Pero no seguiría engañándome a mí mismo e intentando hacerlo con los que me rodean.

Es curioso. Todos los años, un montón de personas, más o menos allegadas, nos preguntan y se interesan por las notas de mis hijos. Será casualidad, pero este año, muchos ni han sacado el tema. No me importa, en absoluto. Pero me parece, cuando menos, intrigante. Sobre todo, teniendo en cuenta que sus hijos sí que han suspendido, aunque lo intenten ocultar, y que, casi todos, conocían previamente, de una u otra forma, que no detallaré aquí, los excelentes resultados obtenidos por los míos. No es que me importe, en absoluto. Lo que sí me molesta es ese cambio de actitud en las personas y en el tipo de conversaciones que eligen, dependiendo de que les interese o no mantenerlas.

Y ya que estamos, voy a reconocer unas cuantas cosillas que, al parecer, tanto les gusta ocultar a esos nuevos fariseos:

Yo sí discuto con mi mujer sobre muchos y muy variados temas. Lo hacemos, más o menos, cada dos o tres días. Y a veces a diario. Pero, eso sí, llevamos casados 18 años y, al menos eso espero, seguiremos juntos hasta el final de nuestras vidas.

Yo si he discutido con mis padres. Lamentablemente ya no. ¡¡¡ Ójala pudieramos seguir haciéndolo !!!. Eso significaría que aún los tengo a mi lado. Ahora lo sigo haciendo con mis suegros, aunque, como en el caso de mis padres, dichas discusiones, aunque muy animadas, jajaja, son relativas a asuntos de política.

Yo sí regaño a mis hijos. Casi a diario. Por asuntos ciertamente menores. Pero lo hago. Lo que no quiere decir que no los quiera con auténtica locura. No paran de pelearse entre sí. Cuando alguno no se encuentra, por una u otra razón, en casa, el otro está como loco porque regrese. Pero en cuanto pasan dos minutos juntos, ya están discutiendo. Ésa es una de las principales razones que me obligan a intervenir con más frecuencia de la que me gustaría hacerlo.

Yo sí tengo problemas en el trabajo y empiezo a notar, como muchos otros, los efectos de esta maldita crisis económica que nos ha tocado vivir y que, por desgracia, irá a más en los próximos meses ( años más bien ).

Yo no me paso el día presumiendo de lo que tengo o dejo de tener. En primer lugar, porque si lo hiciera, estaría mintiendo. Mi economía es muy normalita. En segundo lugar, por respeto hacia otros que aún pudieran estar peor. Y en tercer lugar, porque no me parece nada apropiado hacerlo.

Tampoco me hago pasar por el, por ejemplo, Director financiero de mi Empresa, cuando en realidad soy un currito más.

A mí me va más hablar de música, cine, política …, gastar bromas, contar algún que otro chiste, hacer reír a los que me rodean, ... . Lo encuentro mucho más divertido y gratificante que el pasarse el día presumiendo de cosas que, la mayoría de las veces, en nada se corresponden con la realidad del que las cuenta.

Prefiero hacerme el tonto y dejar que se crean que han conseguido engañarme. Eso sí, es muy probable que algún día se me agote la paciencia, y más de uno se lleve una sorpresa morrocotuda.


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