PUERTOLLANO ( CIUDAD REAL ): UNA EXPERIENCIA INOLVIDABLE Y UN LUGAR EN EL QUE, LITERALMENTE, PERDERSE.
El pasado de fin de semana, nos desplazamos a Ciudad Real. En concreto, a la localidad de Puertollano. El motivo: mi hijo participaba en un Campeonato de Judo y Jiu-Jitsu ( Trofeo Alcazul ), que se celebraba allí el domingo. Aprovechando la ocasión, decidimos irnos el sábado y conocer sus alrededores. Fuimos a las Lagunas de Ruidera, muy bonitas por cierto, y a las Tablas de Daimiel. A pesar de las últimas lluvias, la zona no se ha recuperado lo suficiente.
En Las Tablas, se podía elegir entre varios recorridos a pié. Como no disponíamos de demasiado tiempo, elegimos el más corto ( unos 3 Kilómetros ). Durante el entretenido paseo, nos cruzamos con cinco patos y un pájaro zancudo ( no tengo más datos sobre él, jajaja ). Os dejo algunas fotos. Supongo que el resto de la “ teórica “ fauna, muy abundante según los carteles informativos, permaneció oculta a nuestras miradas, por alguna razón que desconozco. Si lo que queréis es ver animales, os recomiendo que vayáis a cualquier Zoo ( en cinco minutos, seguro que tenéis oportunidad de ver bastantes más animalitos, que los que nosotros tuvimos la suerte de contemplar en una hora ). Un sol de justicia nos acompaño en tan grato recorrido silvestre, haciendo, si cabe, más agradable el paseo matutino. Tras este breve, y forzado, contacto con la fauna y flora local, comimos en un restaurante cercano, situado a la entrada de Las Tablas, debo decir que espléndidamente, y nos dirigimos a Puertollano y, una vez allí, al Hotel que habíamos reservado.
En Las Tablas, se podía elegir entre varios recorridos a pié. Como no disponíamos de demasiado tiempo, elegimos el más corto ( unos 3 Kilómetros ). Durante el entretenido paseo, nos cruzamos con cinco patos y un pájaro zancudo ( no tengo más datos sobre él, jajaja ). Os dejo algunas fotos. Supongo que el resto de la “ teórica “ fauna, muy abundante según los carteles informativos, permaneció oculta a nuestras miradas, por alguna razón que desconozco. Si lo que queréis es ver animales, os recomiendo que vayáis a cualquier Zoo ( en cinco minutos, seguro que tenéis oportunidad de ver bastantes más animalitos, que los que nosotros tuvimos la suerte de contemplar en una hora ). Un sol de justicia nos acompaño en tan grato recorrido silvestre, haciendo, si cabe, más agradable el paseo matutino. Tras este breve, y forzado, contacto con la fauna y flora local, comimos en un restaurante cercano, situado a la entrada de Las Tablas, debo decir que espléndidamente, y nos dirigimos a Puertollano y, una vez allí, al Hotel que habíamos reservado.
Una vez instalados, nos encontramos con otra pareja que se alojaba también allí, y cuyo hijo era compañero del nuestro, en el citado Campeonato. Quedamos para cenar. Nos recomendaron un Restaurante, de nombre “ Camilo “. Tras dar varias vueltas en su busca ( dependiendo de las personas a las que preguntabas por su ubicación, nos mandaban unos por una calle, y otros, por la contraria. Curioso, pero rigurosamente cierto ).
Tras llegar y comprobar que todas las mesas estaban ocupadas, nos acercamos al camarero y le dijimos que queríamos cenar y que éramos ocho personas. Serían las nueve y cuarto de la noche. Nos contestó que era imposible pues no había mesas libres. Le replicamos que podíamos esperar, pero él, con firme e inamovible decisión, nos dijo que iba a ser que no, que todos los ocupantes de las distintas mesas, se acababan de sentar, y que no sabía cuánto tiempo tardarían en irse. Muy perplejos ante tan sagaz observación, nos vimos en la obligación, no sin cierto resquemor y tristeza ante las apetitosas raciones que habíamos visto pasar justo delante de nuestros ojos, de continuar con la búsqueda de un lugar en el que tomar algo.
La “ suerte “ hizo que llegáramos a otro, de nombre “ La Bomba “ ( muy bien elegido y de rabiosa actualidad ). Y cierto es que hace honor a su nombre. Como en el exterior hacía fresquito, ocupamos un par de mesas en el interior del local. Tras un cuarto de hora conversando animadamente, mientras esperábamos, inútilmente, que se acercara algún camarero ( llamamos a una, pero no nos hizo el menor caso, ni siquiera pestañeó ), me acerqué a la barra. Le comenté la situación y le pedí una carta, al objeto de ir eligiendo la comida y ganar algo de tiempo. Me indicó que creía que habría alguna en las mesas del exterior, que saliera por ella y que, si no encontraba ninguna, en la pared, tras la mencionada barra, tenían un tablero muy hermoso, en el que aparecían, con todo lujo de detalles, todas y cada una de sus especialidades culinarias.
Volví a nuestra mesa, sin salir de mi asombro, reprimiendo en lo posible las carcajadas que pugnaban por salir de mi hambrienta boca, e informé a mis amigos de la situación. Dada la hora que era y que los niños estaban ya algo cansados, nos levantamos y, en grupo, como si estuviéramos de visita en un museo, contemplamos el precioso tablero tras la barra. Tuvimos que servirnos nosotros mismos la bebida. La comida no, esa nos la trajo la camarera “ sorda “ ( no sé si guarda alguna relación con el efecto ensordecedor de una " bomba " al estallar, y de ahí el nombre del Restaurante ), la misma que anteriormente no nos había hecho ni caso. La comida excelente, eso sí. En una de las múltiples ocasiones en que me vi obligado a ejercer de improvisado camarero, me acerqué hacia la que ya consideraba mi jefa ( la encargada de barra ), y le hice un pedido de bebidas, tres coca-colas, dos fantas, una de naranja y otra de limón, y una botella de agua mineral. Me comentó que, en ese preciso momento, no me podía atender, que se lo dijera a la mencionada camarera “ sorda “. Me aclaró que se lo dijera muy despacio pues, en caso contrario, no me entendería. Así lo hice y la verdad es que hubo suerte y, diez minutos más tarde, ella misma tuvo la delicadeza de acercar las bebidas a nuestra mesa.
Después, buscando una heladería, atravesamos un parque, en el que fuimos atacados por mosquitos, no por algunos mosquitos, sino por legiones enteras y muy bien organizadas. Ni que decir tiene que apretamos el paso y llegamos en seguida a la dichosa heladería. El dueño se enfadó bastante cuando una de las niñas le preguntó por los sabores entre los que elegir. Dijo que ¡¡¡ hay más de treinta niña !!!. Como los críos tardaban en tomar su difícil decisión ante tantas posibilidades y sabores distintos, empezó a cabrearse, puesto que tuvo que hacer varios viajes al lugar en que se encontraba la materia prima. Viendo su disgusto, cuando ya creía habernos servido a todos, decidí pedirle el mío. No me apetecía demasiado, pero quería ver la cara que ponía. Valió la pena, y el helado de café que me tomé, también, jajaja.
Supongo que, en venganza por nuestra cruel actitud, cuando le preguntamos por algún lugar en el que tomar tranquilamente un café, nos dijo que cerca había uno que estaba muy bien, pero al indicarnos cómo llegar hasta él, consiguió que diéramos una buena vuelta, como ya antes nos pasó con el famoso “ Camilo “.
Pienso que la razón de que los habitantes de este municipio, indiquen rutas alternativas para llegar al mismo lugar de destino, se debe a un deseo, muy comprensible, de fomentar determinadas áreas urbanas, no demasiado visitadas ni atractivas en términos turísticos, y conseguir que los visitantes tenga la oportunidad de conocerlas y valorarlas en su justa medida. Y lo consiguen, ¡¡¡ vaya si lo consiguen !!!.
A la mañana siguiente, entramos en una Cafetería próxima al Hotel ( no recuerdo su nombre ), para desayunar. Nada más entrar, el dueño nos advirtió que no había Café. Yo no sabía qué decir. La verdad es que me dejó con la boca abierta. Eran las diez de la mañana. Pues nada, que acababa de abrir y la cafetera no había completado del todo su “ largo “ proceso de encendido. En cuanto a la bollería, la oferta era realmente apabullante, magdalenas y tostadas. Como de nuevo el tiempo jugaba en contra nuestra, decidimos elegir, entre tan variada oferta, magdalenas, tostadas, descafeinados y sobres de cola-cao.
Y llegó el momento de la celebración del “ magno “ acontecimiento deportivo. Anunciado para las once de la mañana, comenzó a las doce en punto y se prolongó hasta las cuatro de la tarde. Cuatro horas amenizadas por continuos gritos de “ Kiay “, “ Yeahhhh “, “ Uaaaaaa”, “ Yiiiiii “, Yaaaaa”, y varias y muy contundentes expresiones similares. Los niños se lo pasaron muy bien y eso es lo importante. Al final, en contra de toda lógica, ganaron los que más chillaban y no los que poseían una técnica mejor. Los organizadores sabrán el porqué. Pongo un par de fotos también.
Resumiendo, la oferta gastronómica es muy buena, la comida deliciosa, pero el servicio, en general, deja un poco que desear. Pero bueno, no todo va a ser perfecto. Por último, decir que los precios son bastante inferiores a los que nos encontramos en la Comunidad Madrileña, a todos los niveles. Quedé asombrado al ver un anuncio en el que ofertaban un Chalet de 285 m2 y 1.000 de parcela, por 315.000 Euros. Vamos, que estoy pensando muy seriamente en cambiar de domicilio, jajaja.
Tras llegar y comprobar que todas las mesas estaban ocupadas, nos acercamos al camarero y le dijimos que queríamos cenar y que éramos ocho personas. Serían las nueve y cuarto de la noche. Nos contestó que era imposible pues no había mesas libres. Le replicamos que podíamos esperar, pero él, con firme e inamovible decisión, nos dijo que iba a ser que no, que todos los ocupantes de las distintas mesas, se acababan de sentar, y que no sabía cuánto tiempo tardarían en irse. Muy perplejos ante tan sagaz observación, nos vimos en la obligación, no sin cierto resquemor y tristeza ante las apetitosas raciones que habíamos visto pasar justo delante de nuestros ojos, de continuar con la búsqueda de un lugar en el que tomar algo.
La “ suerte “ hizo que llegáramos a otro, de nombre “ La Bomba “ ( muy bien elegido y de rabiosa actualidad ). Y cierto es que hace honor a su nombre. Como en el exterior hacía fresquito, ocupamos un par de mesas en el interior del local. Tras un cuarto de hora conversando animadamente, mientras esperábamos, inútilmente, que se acercara algún camarero ( llamamos a una, pero no nos hizo el menor caso, ni siquiera pestañeó ), me acerqué a la barra. Le comenté la situación y le pedí una carta, al objeto de ir eligiendo la comida y ganar algo de tiempo. Me indicó que creía que habría alguna en las mesas del exterior, que saliera por ella y que, si no encontraba ninguna, en la pared, tras la mencionada barra, tenían un tablero muy hermoso, en el que aparecían, con todo lujo de detalles, todas y cada una de sus especialidades culinarias.
Volví a nuestra mesa, sin salir de mi asombro, reprimiendo en lo posible las carcajadas que pugnaban por salir de mi hambrienta boca, e informé a mis amigos de la situación. Dada la hora que era y que los niños estaban ya algo cansados, nos levantamos y, en grupo, como si estuviéramos de visita en un museo, contemplamos el precioso tablero tras la barra. Tuvimos que servirnos nosotros mismos la bebida. La comida no, esa nos la trajo la camarera “ sorda “ ( no sé si guarda alguna relación con el efecto ensordecedor de una " bomba " al estallar, y de ahí el nombre del Restaurante ), la misma que anteriormente no nos había hecho ni caso. La comida excelente, eso sí. En una de las múltiples ocasiones en que me vi obligado a ejercer de improvisado camarero, me acerqué hacia la que ya consideraba mi jefa ( la encargada de barra ), y le hice un pedido de bebidas, tres coca-colas, dos fantas, una de naranja y otra de limón, y una botella de agua mineral. Me comentó que, en ese preciso momento, no me podía atender, que se lo dijera a la mencionada camarera “ sorda “. Me aclaró que se lo dijera muy despacio pues, en caso contrario, no me entendería. Así lo hice y la verdad es que hubo suerte y, diez minutos más tarde, ella misma tuvo la delicadeza de acercar las bebidas a nuestra mesa.
Después, buscando una heladería, atravesamos un parque, en el que fuimos atacados por mosquitos, no por algunos mosquitos, sino por legiones enteras y muy bien organizadas. Ni que decir tiene que apretamos el paso y llegamos en seguida a la dichosa heladería. El dueño se enfadó bastante cuando una de las niñas le preguntó por los sabores entre los que elegir. Dijo que ¡¡¡ hay más de treinta niña !!!. Como los críos tardaban en tomar su difícil decisión ante tantas posibilidades y sabores distintos, empezó a cabrearse, puesto que tuvo que hacer varios viajes al lugar en que se encontraba la materia prima. Viendo su disgusto, cuando ya creía habernos servido a todos, decidí pedirle el mío. No me apetecía demasiado, pero quería ver la cara que ponía. Valió la pena, y el helado de café que me tomé, también, jajaja.
Supongo que, en venganza por nuestra cruel actitud, cuando le preguntamos por algún lugar en el que tomar tranquilamente un café, nos dijo que cerca había uno que estaba muy bien, pero al indicarnos cómo llegar hasta él, consiguió que diéramos una buena vuelta, como ya antes nos pasó con el famoso “ Camilo “.
Pienso que la razón de que los habitantes de este municipio, indiquen rutas alternativas para llegar al mismo lugar de destino, se debe a un deseo, muy comprensible, de fomentar determinadas áreas urbanas, no demasiado visitadas ni atractivas en términos turísticos, y conseguir que los visitantes tenga la oportunidad de conocerlas y valorarlas en su justa medida. Y lo consiguen, ¡¡¡ vaya si lo consiguen !!!.
A la mañana siguiente, entramos en una Cafetería próxima al Hotel ( no recuerdo su nombre ), para desayunar. Nada más entrar, el dueño nos advirtió que no había Café. Yo no sabía qué decir. La verdad es que me dejó con la boca abierta. Eran las diez de la mañana. Pues nada, que acababa de abrir y la cafetera no había completado del todo su “ largo “ proceso de encendido. En cuanto a la bollería, la oferta era realmente apabullante, magdalenas y tostadas. Como de nuevo el tiempo jugaba en contra nuestra, decidimos elegir, entre tan variada oferta, magdalenas, tostadas, descafeinados y sobres de cola-cao.
Y llegó el momento de la celebración del “ magno “ acontecimiento deportivo. Anunciado para las once de la mañana, comenzó a las doce en punto y se prolongó hasta las cuatro de la tarde. Cuatro horas amenizadas por continuos gritos de “ Kiay “, “ Yeahhhh “, “ Uaaaaaa”, “ Yiiiiii “, Yaaaaa”, y varias y muy contundentes expresiones similares. Los niños se lo pasaron muy bien y eso es lo importante. Al final, en contra de toda lógica, ganaron los que más chillaban y no los que poseían una técnica mejor. Los organizadores sabrán el porqué. Pongo un par de fotos también.
Resumiendo, la oferta gastronómica es muy buena, la comida deliciosa, pero el servicio, en general, deja un poco que desear. Pero bueno, no todo va a ser perfecto. Por último, decir que los precios son bastante inferiores a los que nos encontramos en la Comunidad Madrileña, a todos los niveles. Quedé asombrado al ver un anuncio en el que ofertaban un Chalet de 285 m2 y 1.000 de parcela, por 315.000 Euros. Vamos, que estoy pensando muy seriamente en cambiar de domicilio, jajaja.
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