“ EL PADRINO “ DE FRANCIS FORD COPPOLA : UNA AUTÉNTICA OBRA MAESTRA.
Durante las Navidades pasadas, he vuelto a tener ocasión de visionar la magnífica trilogía del señor Coppola, “ El Padrino “ ( en HD, Alta Definición, y en una pantalla de 47 pulgadas, una auténtica pasada ). Son de ese tipo de películas que, aunque las veas una y otra vez, jamás te cansa. Es más, siempre tienes oportunidad de descubrir un buen montón de detalles y matices nuevos, y, por supuesto, de disfrutarlas casi como el primer día.
Además, cuando ya has visto las siguientes y vuelves a la primera, te emociona mucho más, y la sientes como más cercana, la auténtica tragedia en la que se encuentran inmersos sus personajes, todos ellos marcados por un atroz e inexorable destino, que son incapaces de evitar. Si asistimos, completamente impotentes, al igual que su desofortunado protagonista, a la última escena de “ El Padrino III “, ésa en la que, a la salida de la Ópera, y mientras siguen sonando los hermosísimos acordes de esa otra otra obra maestra de la música, Caballería Rusticana, Michael Corleone recibe un disparo y, lo que es peor, su queridísima hija es asesinada ante sus ojos ( y ante los de su madre y demás familiares ), viviremos de otra forma, completamente distinta, aquella que abría la primera parte, en la que se celebraba la boda de la hija pequeña del patriarca, Vito Corleone ( el inolvidable Marlon Brando, papel que, en la segunda, borda un impresionante Robert de Niro ), a la que acudía el entonces inocente y jovencísimo Michael, junto a su futura esposa y madre de sus hijos ( la maravillosa Diane Keaton ).
El intensísimo dolor que refleja, y nos transmite, la cara de Michael ( interpretado magistralmente por un Al Pacino en estado de gracia ), mientras sostiene el cuerpo, aún con vida, de su pequeña, quien, en sus últimos momentos, sólo acierta a pronunciar, débilmente, en un susurro, y mientras le mira a los ojos, “ Papá “, justo antes de exhalar su último aliento, no se puede describir con meras palabras. Sólo puedo decir que quizá sea uno de los momentos cinematográficos más intensos de la Historia del Cine. Y, al menos en mi opinión, la vez que el séptimo arte ha captado, con mayor crudeza, lo que un padre debe sentir ante la pérdida de su hijo.
A lo largo de la trilogía, Coppola consigue emocionarnos continuamente. Como cuando en la primera parte, Vito Corleone, asiste, también impotente, a la ascensión de Michael al frente del negocio familiar. Siempre quiso que su hijo no se mezclara en los asuntos de la familia, que llegase a ser uno de esos políticos, senadores, ...., que le prestaban su apoyo. Y, sin embargo, incluso eso le salió mal.
La transformación que sufre Michael a lo largo de la historia, está narrada soberbiamente. Los personajes que la pueblan, son magistralmente interpretados por unos irrepetibles e insuperables actores ( que aquí llevan a cabo la interpretación de sus vidas ). Las películas funcionan como una verdadera máquina de relojería. Todas y cada una de sus escenas son importantes, absolutamente esenciales. No sobra ni falta nada.
En el epílogo final, un anciano Michael Corleone, sentado en el jardín de su casa en Sicilia, muere solo, como ya lo hizo antes su padre. Atormentado por la muerte de su hija ( de la que se siente, y no le falta razón, absoluto y único responsable ), por el rumbo que, fatal, brutal y forzosamente, tomó su existencia, por los asesinatos que ordenó ejecutar ( incluido el de su cuñado y el de su propio hermano Freddo ), por la pérdida de su, a pesar de todo, amada esposa, que nunca llegó a entender qué pudo cambiar de esa forma, y hasta límites insospechados, la personalidad de aquél atento y enomarado novio que tanto la quería, cuidaba y respetaba ).
Sólo lo entendió al ver su cara desfigurada mientras abrazaba, por última vez, a su inocente pequeña, incapaz de soportar su muerte. Cuando vio cómo Michael, aún con su difunta hija en brazos, levantaba la mirada al cielo,tal vez pidiendo un explicación que nunca llegaría. Mientras éste abría la boca, incapaz de proferir sonido alguno, hasta que, por fin, y tras varios segundos interminables, le oyó proferir un indescriptible, terrible y angustioso grito de rabia e impotencia, de una inmensa y desasosegante tristeza. Su amadísima hija estaba muerta. Pero él, de alguna forma, también.
Siempre que veo esta escena ( y algunas otras de la misma trilogía ), se me saltan las lágrimas. Nadie medianamente sensible, puede asistir impasible a tan terrible final. Si aún queda alguien que no ha visto estas tres películas, que lo haga cuanto antes. Os aseguro que no será la única vez que las disfrutéis. Son una auténtica delicia y una de las obras cumbre de la inigualable y apasionante Historia del Cine.
Además, cuando ya has visto las siguientes y vuelves a la primera, te emociona mucho más, y la sientes como más cercana, la auténtica tragedia en la que se encuentran inmersos sus personajes, todos ellos marcados por un atroz e inexorable destino, que son incapaces de evitar. Si asistimos, completamente impotentes, al igual que su desofortunado protagonista, a la última escena de “ El Padrino III “, ésa en la que, a la salida de la Ópera, y mientras siguen sonando los hermosísimos acordes de esa otra otra obra maestra de la música, Caballería Rusticana, Michael Corleone recibe un disparo y, lo que es peor, su queridísima hija es asesinada ante sus ojos ( y ante los de su madre y demás familiares ), viviremos de otra forma, completamente distinta, aquella que abría la primera parte, en la que se celebraba la boda de la hija pequeña del patriarca, Vito Corleone ( el inolvidable Marlon Brando, papel que, en la segunda, borda un impresionante Robert de Niro ), a la que acudía el entonces inocente y jovencísimo Michael, junto a su futura esposa y madre de sus hijos ( la maravillosa Diane Keaton ).
El intensísimo dolor que refleja, y nos transmite, la cara de Michael ( interpretado magistralmente por un Al Pacino en estado de gracia ), mientras sostiene el cuerpo, aún con vida, de su pequeña, quien, en sus últimos momentos, sólo acierta a pronunciar, débilmente, en un susurro, y mientras le mira a los ojos, “ Papá “, justo antes de exhalar su último aliento, no se puede describir con meras palabras. Sólo puedo decir que quizá sea uno de los momentos cinematográficos más intensos de la Historia del Cine. Y, al menos en mi opinión, la vez que el séptimo arte ha captado, con mayor crudeza, lo que un padre debe sentir ante la pérdida de su hijo.
A lo largo de la trilogía, Coppola consigue emocionarnos continuamente. Como cuando en la primera parte, Vito Corleone, asiste, también impotente, a la ascensión de Michael al frente del negocio familiar. Siempre quiso que su hijo no se mezclara en los asuntos de la familia, que llegase a ser uno de esos políticos, senadores, ...., que le prestaban su apoyo. Y, sin embargo, incluso eso le salió mal.
La transformación que sufre Michael a lo largo de la historia, está narrada soberbiamente. Los personajes que la pueblan, son magistralmente interpretados por unos irrepetibles e insuperables actores ( que aquí llevan a cabo la interpretación de sus vidas ). Las películas funcionan como una verdadera máquina de relojería. Todas y cada una de sus escenas son importantes, absolutamente esenciales. No sobra ni falta nada.
En el epílogo final, un anciano Michael Corleone, sentado en el jardín de su casa en Sicilia, muere solo, como ya lo hizo antes su padre. Atormentado por la muerte de su hija ( de la que se siente, y no le falta razón, absoluto y único responsable ), por el rumbo que, fatal, brutal y forzosamente, tomó su existencia, por los asesinatos que ordenó ejecutar ( incluido el de su cuñado y el de su propio hermano Freddo ), por la pérdida de su, a pesar de todo, amada esposa, que nunca llegó a entender qué pudo cambiar de esa forma, y hasta límites insospechados, la personalidad de aquél atento y enomarado novio que tanto la quería, cuidaba y respetaba ).
Sólo lo entendió al ver su cara desfigurada mientras abrazaba, por última vez, a su inocente pequeña, incapaz de soportar su muerte. Cuando vio cómo Michael, aún con su difunta hija en brazos, levantaba la mirada al cielo,tal vez pidiendo un explicación que nunca llegaría. Mientras éste abría la boca, incapaz de proferir sonido alguno, hasta que, por fin, y tras varios segundos interminables, le oyó proferir un indescriptible, terrible y angustioso grito de rabia e impotencia, de una inmensa y desasosegante tristeza. Su amadísima hija estaba muerta. Pero él, de alguna forma, también.
Siempre que veo esta escena ( y algunas otras de la misma trilogía ), se me saltan las lágrimas. Nadie medianamente sensible, puede asistir impasible a tan terrible final. Si aún queda alguien que no ha visto estas tres películas, que lo haga cuanto antes. Os aseguro que no será la única vez que las disfrutéis. Son una auténtica delicia y una de las obras cumbre de la inigualable y apasionante Historia del Cine.
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